Pulso

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2005-2010

Alguien que se para y que mira   (texto de Max Hidalgo Nácher)

Si antaño pudo haber un tiempo en el que las generaciones se sucedían unas a otras mientras las poblaciones perduraban, las ciudades modernas parecen haber invertido la relación, y los ojos no tienen más que mirar ahí delante para darse al pasmo de las ruinas. El peso de los cuerpos inscribe su huella en los espacios que habita, poblándolos de presencias; y alguien, desde el corazón del enjambre de antenas que suben desde los tejados de nuestras ciudades, se para a contemplarlas.

Techos desconchados, maderas gastadas o rotas, la combadura de unos peldaños doblegados bajo el peso de las pisadas… pasan cotidianamente bajo nuestra vista sin ser siquiera apercibidos. Pero el ruido del día a día ha desaparecido de estas fotografías, ofreciéndose a los ojos la ciudad sin sus ciudadanos; y, en ese silencio, las cosas son ofrecidas demoradamente a la vista, que percibe un rastro. Los mercados vacíos, las calles despobladas y los bancos sin paseantes son así habitados por la mirada.

Una mirada que consigue arrancar belleza tanto a las huellas de la memoria como a la pobreza del presente en un acto de recogimiento a través del cual las cosas nos son devueltas en un silencio inquietante, como si ellas fueran sin nosotros. Hay que pararse a oírlo, ese tiemblo cargado de formas congeladas y de ruinas, en el que está vibrando la contradicción.

Y hay que entenderlas como documento, esto es como puesta en movimiento de una mirada que se hace cargo de las cosas, que no las borra o las esconde en su proyectarse en ellas, sino que en ellas mismas se retrata. Lo único que se mueve en ellas son los árboles, separados los unos de los otros por el cemento.

28 noviembre 2006